Luis Gonzalo Velásquez Posada
¿Hay algo más difícil que descubrir lo fácil?
Richard Bentley
RESUMEN:
El trabajo subraya la importancia del método en el análisis gráfico y específicamente en las tareas de identificación de grafías de origen manual. Insiste en la necesidad de estandarizar las técnicas más socorridas y busca responder interrogantes como estas: ¿Existe un método científico de reconocimiento pericial de firmas y grafías manuscritas? ¿Hay más de arte que de ciencia en este tipo de peritajes? ¿Se justifica, hoy en día, mantener en funcionamiento laboratorios oficiales dedicados a la verificación de escrituras?
ABSTRACT
The work underlines the importance of the method in graphic analysis and specifically in the tasks of identifying handwritten spellings. He insists on the need to standardize the most assisted techniques and seeks to answer questions such as these: Is there a scientific method of expert recognition of signatures and handwritten spellings? Is there more art than science in this type of expertise? ¿Is it justified to keep in operation official laboratories dedicated to the verification of deeds?
PALABRAS CLAVE:
Identificación. Método. Técnica. Estandarización. Falsedad. Disfraz. Firmas. Manuscritos.
1. Introducción:
La identificación de grafías manuscritas –la verificación o determinación pericial de su autoría– debe enfocarse como un problema puntual de investigación científica. Un problema científico, en general, es el que se plantea con miras a incrementar el conocimiento y se aborda con los medios de la ciencia. En términos sencillos, no es otra cosa que la pregunta concreta que se hace el investigador ante una realidad total o parcialmente desconocida por él. Al planteamiento de la cuestión sigue un proceso metódico y sistemático de investigación, un conjunto articulado de actos, encaminados a la búsqueda de una solución.
El método es un protocolo de acceso al conocimiento, un conjunto de normas o pautas que disponen y direccionan la búsqueda del saber. Quien dice método (del lat. methodus y éste de las voces helenas μετηα más allá, y ηοδοσ,camino) dice itinerario, vía expedita para avanzar en los dominios del conocimiento. Con el correr de los años el método científico ha evolucionado significativamente. El proverbial e inconciliable divorcio de enfoques investigativos –procedimientos cualitativos, por un lado, y cuantitativos, por otro– tiende hoy a desaparecer. En la investigación científica contemporánea el auge de los métodos cuantitativos es definitivamente incontrovertible. La dualidad de visiones subsistirá, desde luego, dada la naturaleza de las entidades por estudiar, pero, hoy por hoy, más que dos categorías conceptuales divorciadas –más que dos formas autónomas y opuestas de acometer el estudio de la realidad– las visiones mencionadas seguirán aproximándose e imponiéndose una perspectiva mixta o cualitativo-cuantitativa. La máxima de Galileo Galilei, “Mide lo medible y haz medible lo que no lo sea”, anticipo de avanzadas concepciones neopositivistas, cobra cada vez mayor sentido y vigencia práctica.
Parte importante del método es el lenguaje. No puede haber ciencia sin método, ni método sin una terminología apropiada. Al lado de las formas o protocolos preestablecidos, de los pasos concatenados que integran el método de investigación, debe existir una nomenclatura convencional. La ausencia de un léxico adecuado no sólo entorpece la transmisión de los productos del trabajo y su construcción misma, sino que puede tornarlas inviables a la postre. La adopción del método posibilita la obtención de resultados válidos, objetivos y verificables y la depuración del léxico, la comunicación entre los operadores del conocimiento, entre sí y con sus destinatarios. A mayor consolidación de una especialidad, en consecuencia, mayor solidez de la metodología y mayor universalidad y estabilidad de su vocabulario.
Lo dicho esboza de alguna manera los aspectos centrales de la discusión que intentaremos abordar aquí: ¿Puede hablarse de un método científico de identificación de grafías manuscritas? ¿Es posible, científicamente, relacionar un grafismo manual con su autor? Y, de ser así ¿Es importante depurar una terminología especializada para designar, no sólo las entidades y fenómenos objeto de nuestros estudios, sino los métodos y técnicas con los que procuramos conocerlos y explicarlos?
2. La identificación como reto pericial
El trasfondo de la labor del perito en grafías y documentos controvertidos lo conforman actos diversos de identificación. El analista forense de documentos y escrituras determina la constitución y forma de creación del escrito sub examine, verifica su integridad y reconstruye sus mutaciones naturales, accidentales e intencionales a través de su stato-quo en el momento del examen. Evidencia, pues, los materiales que componen el documento y sus sistemas de impresión o escritura; indaga si fue alterado, manchado, contaminado, rasgado, etc., e investiga sus transformaciones a través de las huellas dejadas en él por sus factores o agentes o productores. La actividad del perito calígrafo, en particular, se centra en la verificación del origen del ejemplar dubitado, de su autor y, por contera, de su forma específica de elaboración.
Identificar, como sabemos, es reconocer de manera indubitable la identidad de personas, objetos o fenómenos a través de sus características o cualidades esenciales. Realizamos un acto de identificación cuando verificamos –con cualquier propósito, no sólo con fines forenses y específicamente criminalísticos– si un manuscrito es o no de la persona a quien se atribuye. Un ejercicio que supone –aparte, a menudo, de la previa exploración del escrito dubitado en busca de eventuales huellas de manipulación– el cotejo sistemático de sus cualidades esenciales con las de muestras idóneas de su eventual creador. La confrontación, en otras palabras, de los perceptos relevantes –como los llamamos, en teoría de la identificación1– de ambos escritos.
Como categoría filosófica –no sobra reiterar estas nociones, básicas para lo que expondremos a continuación2– la identidad es la correspondencia o concordancia de la entidad respectiva consigo misma: X = X, o mejor aún, como dicen los filósofos, “Para toda entidad x, x es idéntica a sí misma:
∀x X= X
Los manuscritos de dos documentos diferentes pueden, pues –en principio al menos– identificarse o reducirse a la unidad. Es posible comprobar que constituyen dos muestras diversas de una misma manuscritura, y ello, a través de un proceso metódico de análisis y confrontación de sus peculiaridades. La afirmación sólo es viable, efectivamente, si se ha establecido, a través de la observación y el cotejo sistemáticos, que dichos grafismos ostentan cualidades esenciales concurrentes.
La relevancia identificativa o valor señalético del percepto depende de su realidad. Las cualidades que identifican un objeto deben ser verdaderas, no sólo aparentes. La semejanza recíproca de características, así sea muy grande, no basta. Son las cualidades más llamativas y asequibles del modelo, precisamente, las que el impostor imita o reproduce –de ahí que toda falsificación sea semejante a su patrón– y las que el desfigurador modifica a voluntad.
Determinan la relevancia identificativa del percepto su singularidad, especificidad o rareza (“A mayor singularidad o especificidad, mayor entidad identificativa”) y su frecuencia (“A mayor número de características concurrentes, mayor probabilidad estadística de uniprocedencia”). Al primer enunciado lo conocemos como ley del grado. Al segundo, como ley del número. Condicionan la relevancia, asimismo, la perceptibilidad y la invariancia. El percepto debe ser apreciable o perceptible, organoléptica o instrumentalmente, pero, sobre todo, en lo que tiene de identificador, constante(4).
También se ha echado mano de la teoría de conjuntos para explicar estos conceptos:
“Desde el punto de vista de la teoría de conjuntos –expresa STELZER, por ejemplo– el curso de la identificación se caracteriza por la obtención de varios promedios:
“El promedio de dos conjuntos M1 y M2 contiene tanto los elementos contenidos en el conjunto M1 como los que están contenidos en el conjunto M2; o sea, dos personas que son tanto ojiazules (M1) como de estatura superior a 1.90 (M2). Adicionemos otros conjuntos: M3, M4… (conjuntos de personas, cada uno de los cuales presenta otras cualidades distintas) e incorporemos gradualmente estos conjuntos a la obtención del promedio y veremos que, con el aumento del número de cualidades, se produce una creciente contracción –reducción del conjunto promedio– y, con ella, una concentración cada vez más fuerte y en dirección a la individualización.
“La tarea de identificación –concluye– puede ser formulada de la forma siguiente:
X = M1 M2 M3 …
“Donde X = el elemento por identificar” (5).
Identificar, insistimos, es declarar la identidad, afirmar y certificar la “relación que cada entidad mantiene sólo consigo misma”. En principio, dos grafismos manuales pueden identificarse, determinar que constituyen dos muestras diversas de una misma escritura, pero sólo tras comprobar, a través de la observación y el cotejo sistemáticos, que ostentan cualidades esenciales comunes. Es el principio de identidad de los indiscernibles, o LEY DE LEIBNIZ, conforme al cual, “A” es idéntico a “B” sólo si “B” posee todas las propiedades cualitativas y cuantitativas de “A”.
En la práctica, sin embargo, las cosas no son siempre tan sencillas. El problema al que se enfrenta el perito calígrafo es ese, precisamente: distinguir lo real de lo aparente, la pseudocualidad, de la característica auténtica o verdadera. Un problema complejo, ciertamente. La identidad mal entendida conduce siempre a error. La concordancia perfecta de dos firmas al trasluz, por ejemplo, demuestra que una de ellas, al menos, es apócrifa, como bien sabemos. Es el célebre principio de PEIRCE, matemáticamente demostrado, a través del cálculo probabilístico. No podemos hablar de identidad en este caso, por supuesto. Si las firmas cotejadas no son réplicas, si una de ellas es original y la otra no, sólo la primera ostentaría las características reales. La otra, su copia, sólo cualidades aparentes, simuladas o fingidas. En este caso no podría hablarse de correspondencia de características entre ambas, pues lo falso y lo genuino no coinciden, son cosas distintas. Las firmas no son idénticas, sólo lo parecen. Es por esto, entre otras cosas, que la coincidencia morfométrica perfecta entre dos o más manuscritos no constituye una excepción y mucho menos un desmentido de la ley del número.
Lo que debe hacer el experto, insistimos, es detectar lo que distingue o diferencia la característica aparente de la real. Ese es el problema. Un proceso que tiene más de diferenciación, de identificación por exclusión. Detectada la imitación o reproducción, el juicio de descarte o negativo de identidad (“A no es B”), se impone. Las características de los grafismos confrontados son diferentes: una de ellas es real y la otra una simple imitación o réplica. No hay identidad, porque para ello sería necesario que se tratara de una misma característica, no de dos: una auténtica (la del estándar de comparación) y otra apócrifa, su remedo.
Los signos que se muestran como idénticos, pues, muchas veces no lo son. Hay que buscar, en consecuencia, los caracteres excluyentes. Es eso lo que hacemos en todos los peritajes. Más que indagar en qué coinciden los grafismos parangonados, que determinar en qué se asemejan, lo que hacemos es falsear los perceptos aparentes, esforzarnos en demostrar que no concurren, como lo parecen, que se trata de características distintas en la realidad.
3. Viabilidad de la identificación de manuscritos
Tarea fundamental del perito, reiteramos, es la de determinar la individualidad de firmas y grafías manuales a través de sus cualidades “necesarias de existencia”, como las llamaba STLEZER. Su labor se centra, pues, en relacionar el grafismo con su probable autor, partiendo del supuesto de su identificabilidad. Pero ¿existen en la grafía manuscrita caracteres esenciales e invariantes que la hagan identificable? Y si es así ¿cómo reconocerlos? ¿hay un método para ello? A la cuestión la ciencia y la experiencia responden afirmativamente. La escritura manual es susceptible de identificación científica, al menos en principio. Y lo es, porque toda escritura manual, al examen técnico, es idéntica a sí misma (principio de identidad) y porque no hay dos escrituras técnicamente idénticas pertenecientes a personas diferentes (principio de individualidad). Negar estos principios sería desconocer, de entrada, los fundamentos mismos del trabajo pericial.
La diversidad de las escrituras es virtualmente infinita. “Ninguna escritura es idéntica a otra”, decía CRÉPIEUX-JAMIN y para demostrarlo, a través del cálculo probabilístico, dedico toda una obra: «Les Bases Fondamentales de la Graphologie et de L’Expertise en Écritures»(8). La catalana Nuria FOLCH DE SALES, prologuista de la versión española del ABC de la Graphologie del maestro galo, parodiaba elocuentemente este principio, el de la diversidad escrituraria, al decir que “No hay, no ha habido ni habrá dos escrituras idénticas” (9). Más importante que esta diversidad, sin embargo, es la individualidad: cada escritura, como cada persona, es única. “Cada individuo posee una escritura que le es propia y que se diferencia de las demás”, decía Jean GAYET, el célebre discípulo de LOCARD y añadía:
“El maestro que corrige los primeros trabajos de sus alumnos no tiene necesidad de leer el nombre estampado en la hoja o en el cuaderno de caligrafía para conocer el autor del texto que tiene ante sus ojos. Todos sus alumnos se inician según el mismo método y aprenden la misma caligrafía a una edad en que el intelecto es particularmente maleable y, sin embargo, ninguno de ellos presenta el mismo grafismo. Las diferencias con la escritura teórica se explican ante todo por la destreza manual del alumno en imitar más o menos bien el modelo a copiar, y, seguidamente, por el abandono progresivo de las trabas iniciales y, con él, la aparición de una personalidad, cada vez más marcada, del gesto gráfico”(10).
Es el paso de la imagen conductora formal a la individual, de KLAGES, de la imagen representativa expectante a los reflejos representativo-motores de W. RADECKI. “Si hemos recibido –comentaba KLAGES– dos o tres cartas de un determinado individuo, por lo general, al recibir otra más, una sola mirada a nuestra dirección escrita en el sobre, nos bastará para reconocer al remitente”11. Es el principio de individualización gráfica. “La escritura –observan SERRATRICE y HABIB, aludiendo al porqué del fenómeno– es una transposición y también un símbolo, la creación de una forma sorprendentemente específica. En alguna variación anatómica, fisiológica, eléctrica o bioquímica encuentra su propia originalidad, su imprevisibilidad, el misterio, quizá, de la elección alográfica y su indeterminismo”(12). Y todo, en el fondo, deriva de las leyes que rigen el movimiento corporal.
La actividad muscular, al decir de DÍAZ LUCEA, resulta de la transformación de impulsos nerviosos en una energía mecánica que se traduce en una fuerza, en movimientos propios de la vida vegetativa, o en movimientos de relación del organismo(13). Esa motilidad puede ser cinética o estática. La primera, según los especialistas, produce los desplazamientos totales y parciales del cuerpo a través de una o varias contracciones musculares súbitas o bruscas (clónicas). Finalizado el desplazamiento, la segunda, la motilidad estática, mantiene el cuerpo, o el segmento corporal desplazado, en la posición a la que ha arribado al terminar su recorrido.
Constituyen la motilidad cinética los movimientos reflejos, los voluntarios y los automáticos. Los primeros son rápidos, generalmente inconscientes e involuntarios. Son respuestas innatas, no aprendidas, a determinados estímulos o excitaciones periféricas. Son la primera manifestación motora del neonato y corresponden a una programación natural, a un esquema en el cual, dada una excitación o estímulo, se produce sin mediación de la voluntad y la conciencia, una respuesta motriz. Estos movimientos se originan en la médula espinal, pero su control y modificaciones los ejercen los centros nerviosos superiores. Por tratarse de reacciones involuntarias e inconscientes, no son intencionales. Se dan, aun, en estado de inconsciencia.
Son reflejos los movimientos de succión del recién nacido, los de la tos, el vómito y el estornudo, que rechazan elementos extraños o potencialmente nocivos; el bostezo, la salivación, el parpadeo y la contracción de la pupila. También, los que controlan los tonos muscular y postural y, en general, los que integran el repertorio global de automatismos innatos. Estas conductas son tópicas, segmentadas y subordinadas. La relación estímulo-respuesta es constante en ellas. Aseguran la supervivencia individual y previenen o minimizan daños y amenazas.
El segundo grupo de es el de los movimientos voluntarios, realizables cuando se desea. Son aprendidos, no innatos, conscientes, controlables y modificables. Los distingue la intencionalidad. Toda acción voluntaria inteligente, decía PIAGET, presupone una intención. Una representación mental, pues, precede el movimiento voluntario. Se dice, por ello, que estos movimientos son aquellos “que hacemos, pero que hemos pensado antes”. Estos movimientos resultan de la activación consciente, intencional y controlada, de un complejo de acciones motrices coordinadas, según un plan de organización o imagen previa. Su control corresponde a la corteza cerebral, y en especial, al sistema motor piramidal. La motricidad intencional, según DÍAZ, constituye un proceso psicofisiológico complejo, que supone, por un lado, una programación voluntaria, basada en la elaboración de informaciones, y por el otro, la generación de automatismos fundados en circuitos de feedbacks, centrales y locales, que permiten un desarrollo económico del acto motor(14).
Los movimientos automáticos pueden ser innatos o adquiridos. Los innatos son relativamente incontrolables, pero pueden manejarse, como la respiración, o los latidos cardíacos. Los adquiridos, o condicionados, en cambio, resultan de la repetición. Su ejecución reiterada los sustrae poco a poco de la consciencia y los transforma en hábitos. No demandan especial atención, ni programación o imagen previa. Es el pisar el freno, ante la luz roja del semáforo. La repetición torna este movimiento en virtualmente inconsciente e involuntario. Controlable, sí, pero ejecutable de manera automatizada. No demanda representación consciente, ni esfuerzo especial. La mayoría de los movimientos del conductor ducho son de esta índole: puede escuchar la radio, disfrutar una melodía, dialogar con sus pasajeros y, a la vez, realizar sin tropiezos todos los movimientos que la conducción y el control del vehículo le demandan.
En la praxis mecanográfica, en muchas actividades deportivas y en la ejecución de instrumentos musicales, los movimientos suelen aprenderse tras prolongados y a veces extenuantes ejercicios. Los ensayos y entrenamientos enfatizan en la repetición de unas mismas prácticas motoras. Lo propio ocurre con la escritura manual, típico ejemplo de motricidad voluntaria automatizada: a la larga, podemos escribir pensando más en el qué que en el cómo.
Los movimientos automatizados, insistimos, son modificables a voluntad, pero inconscientemente tienden a producirse siempre de igual manera. Su maleabilidad o maniobrabilidad es reducida, oponen una resistencia natural al cambio. En virtud del principio de economía del esfuerzo que rige los procesos psicomotrices, tiendan a estabilizarse, a realizarse siempre del modo más cómodo al ejecutante: “La escritura –nos recordaba en su Decálogo, Dn. Félix DEL VAL LATIERRO– es inicialmente acto volitivo, pero con predominio posterior, casi absoluto, del subconsciente, lo que explica la permanencia y fijeza de las peculiaridades graficas”(15). La experiencia lo comprueba: dentro de sus normales variaciones, los manuscritos tienen un trasfondo estable que nos permite reconocerlos a nosotros mismos y a nuestros allegados. Y si es posible la identificación empírica ¿por qué no, también, la científica? ¿qué cualidad propiciaría o facilitaría esa identificación? ¿cuáles son esas notas reales e invariantes del manuscrito que permitirían reconocerlo? ¿cómo detectarlas?
4. Identificación y cualidades esenciales del grafismo
El tema es difícil. Toca con el registro de una acción compleja, el movimiento gráfico personal, determinado en gran parte por abstrusos fenómenos psicofisiológicos. Muchas modalidades grafonómicas, por no decir que todas, son sólo relativamente invariantes. No es lo mismo identificar manuscritos que huellas dactilares. La grafía manual no goza de la inmutabilidad y perennidad de las improntas lofoscópicas. En el manuscrito diferenciado las características grafonómicas tienden a ser constantes y esto las hace identificables, en principio, pero pueden ser modificadas y de hecho lo son, a menudo, por causas naturales, accidentales o intencionales, con el agravante de que no disponemos de técnicas seguras, que en todos los casos nos permitan distinguir unas mutaciones de otras. No contamos, valga el ejemplo, con características claras que diferencien siempre la imitación servil del disfraz y de la desfiguración accidental por causas posturales, instrumentales, o patológicas. El principio de contingencia de los signos (“Una misma causa puede producir efectos diferentes y causas diferentes, unos mismo efectos”) constituye un escollo que nuestra disciplina no ha podido todavía superar.
Por lo general, las características graficas presentan una curva natural de variaciones, determinadas por múltiples factores, endógenos y exógenos. No escribimos a mano lo mismo que con una máquina de escribir o con el teclado del computador. Nuestra escritura varía, y lo hace siempre de manera natural. Puede decirse, aunque suene a paradoja, que el cambio es su característica más constante. En cualquier momento, voluntaria o involuntariamente, la grafía personal muda su semblante, cambia alguna o algunas de sus peculiaridades. Mantiene, sin embargo, en medio de esos cambios, un inconfundible no se qué, un fondo que perdura.
Es ahí, justamente, donde radica el desafío del perito: encontrar, en medio de ese complejo devenir gráfico, lo que no cambia en la escritura sub examine, la característica o características invariantes, las cualidades permanentes que el falsificador no ha reproducido y que distinguen, singularizan e identifican el respectivo manuscrito. Detectar lo que no captó el falsario. Un problema fácil de plantear y comprender, a nivel teórico, pero de ingente dificultad en la práctica pericial. El problema del cómo, del método, y de las técnicas de identificación.
No son pocos, en la historia del peritaje caligráfico, los llamados métodos o procedimientos de identificación que se han propuesto. Casi todos teniendo en cuenta alguna o algunas de las características del grafismo, de sus modalidades grafonómicas. Ejemplos de esos métodos son:
a) El formal, fundamentado en el diseño de las estructuras gráficas, conocido también como morfológico o gramatomórfico y como homográfico o caligráfico;
b) El grafométrico o cuantitativo, basado en la dimensión y proporciones generales del grafismo;
c) El grafopsicológico derivado del valor expresiológico de la escritura;
d) El “pulsivo” , como algunos lo denominan, basado en la profundidad del trazado(16).
Por sí solo, sin embargo, ninguno de estos métodos constituye un criterio decisivo. De hecho, todos los métodos tradicionales de identificación gráfica han fracasado, con excepción, quizás, del grafocinético, nombre dado por DEL PICCHIA a un antiguo procedimiento, aún sin estructurar como método, pero de bases indiscutibles. La grafocinética tiene en cuenta, como su nombre mismo lo sugiere, los aspectos dinámicos del manuscrito, sus movimientos generadores. Más que las formas e ingredientes pictóricos, pues, es el movimiento el que identifica la grafía manuscrita(17). El método grafocinético tendría por objeto rastrear la motricidad a través de su resultado gráfico, de sus huellas en el soporte del documento.
Se han sugerido otros procedimientos. Alguno propuso valerse de las radiaciones ultravioletas para el examen de las características gráficas (método que DEL PICCHIA relaciona con el nombre de anastasiográfico), más una técnica que un método analítico, stricto sensu. Se han propuesto, igualmente, métodos simplificados, como los de H. SCHNEICKERT, A. POPKESS y M. SEDEYN(18), por ejemplo. Se trata, sin embargo, de aplicaciones especiales, con fines taxonómicos o de clasificación general, más que de métodos de identificación, en sentido estricto, al que se aproxima bastante el sistémico tradicional, que la Policía Federal argentina denomina scopométrico.
En todo proceso de identificación –y el de la grafía manual no es la excepción– cabe distinguir cuatro etapas básicas: observación de las cualidades esenciales de la entidad por identificar; descripción o señalamiento de sus perceptos relevantes; confrontación de descripciones (del conjunto de características advertidas en las entidades cuestionada e indubitada) y juicio de identidad. No existe identificación que no implique o suponga de alguna manera estas etapas. Ciñéndonos a ellas es como reconocemos al amigo que no vemos hace mucho tiempo; como diferenciamos los objetos que nos pertenecen; como distinguimos un vino, un olor, un sonido… Son éstos los pasos del proceso nosológico; los del laboratorio químico; los de las exploraciones botánicas y geológicas… los mismos que siguen los expertos en balística, en dactiloscopia, en biología, en antropología …
En la fase de observación, el analista de escritos cuestionados capta en todos sus detalles los perceptos relevantes, los que identifican el grafismo indubitado. Lo mira todo, no desecha nada, por insignificante que parezca, abstrae las características reales, peculiares e invariantes y desecha las aparentes, fugaces e indiferenciadas. En la descripción “pone en blanco y negro” esas cualidades, las pondera y jerarquiza; en la etapa de cotejo verifica si concurren o no en los grafismos cuestionado e indubitado y, tras un ejercicio de ponderación o valoración, termina concluyendo, emitiendo un juicio atributivo, afirmativo o negativo de identidad, de uniprocedencia, o de exclusión (heteroprocedencia).
La única manera de abstraer (observar) y enunciar (describir) esas características, sin embargo, es a través del método grafonómico Sin determinar las características de los grafismos cotejados y darles una apropiada denominación es imposible la identificación. Ésta exige un método y ese método no es otro que el grafonómico, que selecciona y da un nombre apropiado a las notas o cualidades relevantes de los escritos. La grafonomía nos enseña a determinar y expresar cómo son los grafismos examinados. Incluye las determinaciones grafocinéticas (movimiento), grafométricas (proporción) y gramográficas (características del trazo).
La voz grafonomía subleva a algunos, en especial a quienes la relacionan con la grafopsicología, en la que tiene cabal aplicación y de la que nada quieren saber. Todo analista forense de documentos, empero, quiéralo o no, bien o mal, hace grafonomía. Sin analizar y denominar sistemáticamente las características gráficas es imposible realizar una identificación.
El francés Edmond Solange PELLAT, fundador de la Société Technique d’experts en écritures, adoptó y difundió la denominación grafonomía entendiéndola como el “Conjunto de investigaciones de los fenómenos gráficos en su aspecto objetivo y de alguna manera independiente de las escrituras individuales en las que se observaron”, una disciplina que “Fija las bases y da los mismos resultados para todos los que lo experimentan de una forma correcta” (19) y que constituye una ciencia, pues “Revela las causas y efectos y conduce a la declaración de una serie de leyes naturales” (20).
El método grafonómico describe, denomina y clasifica los fenómenos gráficos, conforme a pautas lógicas y racionales, provee la nomenclatura y sistematiza los análisis. Describir un manuscrito es explicar cómo es, precisar sus características. El análisis grafonómico suministra a las ciencias del grafismo (no sólo al peritaje caligráfico) unas pautas analíticas y una nomenclatura sin la cual su misión resultaría poco menos que irrealizable. Para localizar las características grafonómicas y determinar su realidad, su grado de peculiaridad y su invariancia, es necesario, sin embargo, echar mano de la técnica. El método es el camino, la técnica, el modo de recorrerlo. La técnica es, pues, el recurso, la aplicación del principio que permite adquirir la información, el nuevo conocimiento. En nuestro caso, nos ayuda a obtener el detalle grafonómico, la característica definitoria de la identidad.
No basta con hallar el método, insistimos. Hay que definir cómo recorrer la senda y para ello está la técnica. Procedimientos de amplificación (macro y microscópicos), de comprobación fotográfica, electrográfica o espectrográfica, de digitalización de imágenes, de proyección, composición, yuxtaposición, superposición, etc., de las formas y accidentes literales, técnicas de iluminación y de mensura, etc. La técnica ayuda a ver mejor, a captar el detalle que singulariza la escritura, el modo específico de ser de cada modalidad grafonómica. En este terreno, en el de las técnicas específicas de examen, se ha avanzado bastante, pero en otros, en los que imprimen rigor y refuerzan el carácter científico de la investigación, falta mucho todavía por hacer.
No contamos, por ejemplo, con técnicas estandarizadas que nos permitan, ante perspectivas distintas, evitar apreciaciones erróneas e incurrir en falsos positivos (tomando como real lo aparente o inexistente) u omitir estímulos auténticos (falsos negativos). Aportes como los de la teoría de detección de señales y del umbral de diferencias, que refinan la aprehensión de estímulos, están muy lejos todavía de ser incorporados al bagaje pericial. La observación científica no puede contentarse con lo meramente descriptivo, así sea enfocado. Ante todo, debe ser controlada, emplear pruebas mecánicas o auxiliares para verificar la exactitud, operar bajo condiciones estandarizadas y aislar el objeto para prevenir errores de método de sondeo. La observación incontrolada confunde la extensión de los conocimientos con las propias emociones.
La observación debe ser, además, sistemática, seguir pasos preestablecidos; selectiva, favorecer la ulterior interpretación y valoración de los hallazgos; comunicable o transferible (exige la adopción de una nomenclatura estandarizada) y replicable o reproducible en cualquier momento y lugar y por cualquiera. La falsación de la técnica, por otra parte, someterla a prueba a través de la experimentación, garantiza su rigor y autoriza tenerla por válida hasta que nuevas investigaciones la infirmen o renueven. En el proceso identificativo todo cuenta, no hay prevalencias: movimiento, expresión, forma, presión, velocidad… Hay que examinarlo todo. De la constelación de signos advertidos, de ese gran universo grafonómico, deben abstraerse los perceptos relevantes, probando si concurren o no y cómo en los grafismos cotejados. Al exponer razonadamente sus observaciones se llevará a la mente del juzgador la conclusión a la que se ha arribado.
Inspirados en el portrait parlé de BERTILLON (21) y en relación, en lo pertinente, con los pasos del método científico, los italianos GASTI, SORRENTINO y FALCO de la Escuela de Policía Científica de Roma, sistematizaron en los albores de la pasada centuria el que denominaron método segnaletico-descrittivo, un proceso que va de la observación, la indicación o señalamiento de los caracteres distintivos (descripción) y la confrontación, al juicio atributivo de identidad. Unos pasos que, como es fácil advertir, consultan los del método científico de identificación, el único posible. No hay método de identificación, que no se ciña a estas pautas. En lo básico, todos los métodos propuestos siguen, mutatis mutandis, los pasos anteriores, y no podría ser de otra manera(22).
5. Conclusión:
Hay, no cabe duda, un método de identificación gráfica: el grafonómico o psicofísico, como también se le ha denominado y unos pasos a seguir en su aplicación –los desarrollados por la teoría general de la identificación– acordes en lo sustancial con el método científico. Todo el que intente relacionar un manuscrito con su autor, debe hacerlo, invariablemente, con base en sus cualidades esenciales, notas que deben ser jerarquizadas de acuerdo con su valor señalético, esto es, atendiendo a su realidad, invariancia y grado de peculiaridad.
No se conoce todavía, sin embargo, la característica grafonómica ideal, la piedra filosofal, que resuelva de un tajo el problema de la identidad manuscritural, con la que sueñan muchos, y una técnica específica que la verifique. Hasta ahora, más que en una o varias características aisladas, la identificación de manuscritos debe intentarse con base en la totalidad de sus variables, en sus detalles grafonómicos de orden fisonómico o general, gramográfico (peculiaridades del trazo) y en sus movimientos generadores (grafocinéticos).
Ninguno de los sistemas de identificación gráfica propuestos y desarrollados hasta ahora, por sí solo, ha resuelto el problema. Debe adoptarse, pues, un método grafonómico integral, o sistémico. “Todos los sistemas y ningún sistema. Ese es el sistema”, como dijera un sabio profesor. Mucho queda de arte todavía, es cierto, en estas determinaciones. En la práctica, la ausencia de estándares técnicos ha venido sustituyéndose con el “ojo clínico” y la habilidad personal del analista. Se impone, en consecuencia, seguir el camino de la estandarización iniciado ya, en firme, con normas como las ASTM y similares, pues la prestación del servicio en los laboratorios forenses oficiales ha demostrado con creces su eficacia y debe mantenerse.
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▪ STELZER, Ehrenfried, “Criminalística socialista”. Teoría y metodología criminalística general”, Ed. De Ciencias Sociales, La Habana, 1988.
▪ VELÁSQUEZ POSADA, Luis Gonzalo,
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▪ VILLAVICENCIO, Víctor Modesto, “El análisis gráfico y la pericia judicial”, Ed. Caslon, Lima, 1944.